Renacimiento del dios solar Balder. Coincide con la elevación del Sol dentro del ciclo anual y el inicio de la época luminosa. En estas trece noches se celebra el Juleblót, la ceremonia más importante para los Asatru. El último día del Jól se celebra el Þretandi (Thretandi o Treceaba noche) que coincide con el final de año.
Yule es la fiesta por excelencia, de todas las festividades Asatru, ésta encarna como ninguna otra el concepto mágico-sagrado de la religión. En realidad es un festival de 12 días, con dos fiestas mayores ligadas, el Solsticio de Invierno, con el que da comienzo y la fiesta de Año Nuevo, igual de importante que el propio Solsticio, pero que en la actualidad no se celebra por ningún grupo Odinista-Asatru.
La creación de mundo se reproduce cada año, esa eterna repetición del milagro de renovación cosmológico, que transforma cada Año Nuevo en una inauguración de una era, permite el retorno de los muertos a la vida. Los muertos vuelven junto a sus familias (y a menudo vuelven como “muertos-vivos”) en los alrededores de Año Nuevo (Justamente en los doce días que van del solsticio hasta Año Nuevo. Dan a entender la esperanza de que en ese momento mítico en que el mundo es aniquilado y creado es posible la abolición del tiempo. Entonces los muertos podrán volver, pues todas la barreras entre muertos y vivos están rotas, y volverán, pues en ese instante paradójico el tiempo estará suspendido y por consiguiente podrán ser contemporáneos de los vivos. Por otro lado, está en preparación una nueva creación, les es dado esperar un retorno a la vida, duradero y concreto.
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El fin de año transcurrido y el principio de un nuevo año lo interpretan como un agotamiento de los recursos biológicos en todos los planos cósmicos, un hastío en el plano intelectual y un verdadero callejón sin salida para nuestros deseos frustrados, un verdadero “Fin del Mundo”.
Marcan estos días las características:
- Los DOCE DÍAS sagrados prefiguran los DOCE MESES del próximo año.
- Durante las DOCE noches correspondientes, los muertos vienen en procesión a visitar a sus familiares (Aparición de Caballo, el animal funerario por excelencia en la última noche del año, presencia de las divinidades Etónico-funerarias: HOLDA, PERCHTA, el WILDE HEER de su Confesión) Durante esas doce noches a menudo es visita se produce dentro del Ceremonial de las antiguas sociedades religiosas secretas que existían en la sociedad germánica.
- Entonces es cuando los fuegos se apagan y se vuelven a encender.
- Es el momento de las iniciaciones a nivel religioso, cuyos elementos necesarios están constituidos por la extinción y renovación del fuego.
Los últimos días del año transcurrido pueden ser identificados con el CAOS anterior a la CREACIÓN, por dicha invasión de nuestros antepasados muertos, que anulan y destruyen temporalmente la ley del tiempo.
Como por la estructura misma de todas estas ceremonias, que siempre suponen una “muerte” y una “resurrección”,” un nuevo nacimiento”; un hombre nuevo. No podríamos encontrar para nuestros ceremoniales de iniciación a nuestra Confesión un marco más apropiado que la festividad de Yule y sus doce noches mágicas en las que el año fenecido va desapareciendo para dar lugar a otro, dirigiéndonos a otra era, es decir a la época en que, para la reactualización de laceración el mundo comienza efectivamente.
El Árbol
El árbol es fundamental en Yule, significa el renacimiento; un descendiente del viejo Yggdrasil, el árbol sagrado de la mitología Nórdica (pero no exclusivo de la misma), es en realidad la plasmación, en una única y poética imagen, de un orden universal.
La imagen de Yggdrasil articula una cosmovisión en la que nada queda excluido, un orden perfecto en el que cada elemento tiene una función propia, coordinada con el resto, en el que los aspectos positivos y negativos se equilibran. Enlaza el cielo desde sus alturas insondables, con la profundidad más oscura; lo que está por venir con lo que fue primero, y enlaza las diferentes especies de la naturaleza; animales, espíritus y dioses. Enlaza también este macrocosmos con el microcosmos de un solo humano, representando el mundo interno del humano, los arquetipos que pueblan su psique.
Este recorrido que realizamos al contemplar el gran árbol, cuyo espíritu encarna también el árbol de Yule; esta toma de conciencia de que hay un lugar adecuado para cada elemento, en el que cumple una función necesaria; este viaje o flujo de comunicación, de lo elevado a lo profundo, de lo interior a lo exterior, de lo común a lo propio, de lo viejo a lo nuevo, y a la inversa, es un ejercicio que, de uno u otro modo se ha practicado comúnmente entre los ocultistas. Lo vemos de un modo más cercano en la práctica del enraízamiento (grownding); pero también podríamos observar su esencia, bajo unos signos muy diferentes, en la llamada Cruz Cabalística de la práctica ceremonial.
Yggdrasil es un símbolo del orden que se mantiene por el equilibrio, una poderosa imagen para aprender a centrarnos, a profundizar y a crecer, para interactuar de un modo sano, útil, y sabio, con nuestro entorno. Es un lugar sagrado en nuestras almas al que nos podemos acoger, y encontrar todo cuanto nos es necesario para seguir adelante.
Prestar atención a este antiguo símbolo puede ser un buen momento para empezar a ver los árboles de otro modo, en especial para todos aquellos paganos/as que no han encontrado aún la manera de “conectar” con ellos.
Bajo las ramas del Gran Árbol, viejo como el Mundo, en las noches cercanas a Yule se llevan a cabo batallas rituales, en las que los hombres adoptan el rol de fuerzas naturales, para estimular y asegurar el cambio estacional. De estas batallas nocturnas, derivan a buen seguro las escenificaciones rituales en las que el Dios del Año Claro asesina a su hermano, Dios del Año Oscuro; pero aún anterior a éstas, encontramos la costumbre de los Benandanti (s.XVI-XVII), de los que habla Carlo Ginzburg, según la cual, estos benandanti se desdoblaban para llevar a cabo una lucha con las malvadas stregoni (brujas), para asegurar las cosechas, en fechas señaladas (y coincidentes con los grandes momentos del ciclo anual celebrados en el paganismo actual).
Noche de Paz
Modranicht, La noche de las madres, “Es la noche dedicada al misterio de la maternidad, dejando presentir esta gran experiencia del renacimiento del Sol saliendo del abismo del mundo, del seno maternal de todo ser”.
Por este renacer se apagan viejas luces y se encienden otras nuevas, a partir del tronco de Yule que arde desde el atardecer hasta el alba, a partir de la llama del hogar, rodeada por el clan, festejada por los más cercanos de los nuestros, y se encienden también velas por aquellos que están lejos, sabiendo que dondequiera que estén una llama hermana nos responderá bajo el frío cielo.
Pero el nombre de Modranicht, “La noche de las Madres”, no deriva necesariamente del concepto de una Gran Madre, como podríamos pensar, sino tal vez de las Tres Madres. Estas imágenes se han conservado en costumbres populares y leyendas. Estas Tres Madres son las ancianas Visitadoras de niños, a quienes nuestros pequeños ancestros esperaban con la misma expectación con la que los niños de nuestra generación esperaron a su correspondiente Padre Noel o Reyes Magos. A estas Tres Madres, cuyas reminiscencias podemos encontrar en las tres hadas del cuento de la Bella Durmiente, les era consagrado cada nacimiento, y en especial la noche del solsticio de Invierno; ellas aportaban sabiduría a hombres y mujeres y bendecían con sus dones a los recién nacidos y a los niños del hogar. Las amas de casa, en las noches sagradas, tenían como deber disponer la mesa para ellas, con viandas y cubertería, bebida y vasos, para que las Tres Hermanas, como también se las llamaba, pudieran saciarse. Se las llamaba también las “Perchten” (luminosas), y las “Grandes Consejeras”. Es posible que sus características de sabiduría, poder de concesión de dones y trinidad, a las que se añade la fecha de su festividad principal, hayan sido desplazadas hacia los “Magos de Oriente”, de quienes en principio se desconocía el número, para pasar a ser los “Tres Reyes”.
A su vez, el origen de estas Tres Madres, se remonta al culto a las Matronae, divinidades femeninas, germánicas y celtas. Se conservan numerosos altares votivos y piedras gravadas, en toda la región del bajo Rin, pero también en Inglaterra, Francia, Italia e incluso España. Presentan rasgos comunes y pertenecen todas a época pagana ( desde mediados del s.I d.n.e hasta el V), bastantes se agrupan en lugares de culto, sin tener un paralelo en la religión romana.
Recordemos también que para los Germanos en este época el mundo entra en fase de de caos: se destruye y se vuelve a construir; por lo que también esas tres mujeres algunas veces hacen referencia a las nornir: tejedoras del destino.
Las matronas suelen tener nombres que hablan de sus poderes; unas otorgaban bienes materiales, otras sabiduría (y magia), otras sanación, otras protección, otras tenían a su cargo una región, o unos individuos concretos (con el devenir del tiempo algunas se convirtieron en espíritus tutelares, de una familia o clan). El culto a estas diosas tiene un amplio sustrato germánico, pero articulado sólo localmente; este sustrato incluye la imaginería de la “Diosa Triple”, el grupo formado por la anciana, la mujer casada en edad fértil, y la joven soltera. El culto a las Matres es en multitud de ocasiones, un culto plural a unas deidades femeninas, en un grado de mayor o menor especialización, o definición; se trata de Diosas que tal vez no destacan en los relatos de la mitología oficial, pero que resultan mucho más cercanas y presentes entre las personas.