Empecemos aclarando la confusión existente en éste tema. Si bien hoy se conoce comúnmente por brujas o “Sorginak” a aquellas mujeres –u hombres, “Aztiak”—que habiendo pactado secretamente con el diablo, realizan diversas actividades perniciosas en su comunidad, también son brujas, dentro del folklore de Euskal Herria, algunos genios de nuestra mitología, muy anteriores a las famosas brujas de los akelarres en la Edad Media y que para mayor confusión han ocupado su misma área de influencia.
Simplificando, digamos que existen dos clases de brujas:
- la bruja histórica o sorgin-mujer
- el genio primigenio sorgin-mito, Sacerdotisa de Mari.
La primera es una persona mortal, por lo común bautizada, que en un determinado momento de su vida se ha desviado del camino del bien (en la moral cristiana) llevando, a partir de ese momento, una conducta radicalmente opuesta a la predicada por la Iglesia. Es creencia popular que una persona resulta bruja si, al bautizarla, se omite alguna palabra del ritual, comúnmente por parte del padrino.
La segunda, el sorgin-mito, no es mujer ni ser humano, sino un genio mitificado por la mentalidad popular, un personaje ficticio y fantástico, una lamia ó hada mala, que bien puede realizar parecidas funciones que la bruja humana. He ahí la confusión, parecidos actos y una misma zona de influencia. Nos ocuparemos en este apartado de la bruja histórica, mujer y mortal, perseguida por la Iglesia y en muchos casos quemada en la hoguera.
Desde los primeros tiempos de la Edad Media, las brujas han ocupado un puesto destacado en la tradición oral vasca. Todo lo que sabemos de sus conciliábulos nocturnos o akelarres, es a través de los testimonios obtenidos mediante la tortura y el terror, en los procesos inquisitoriales en que eran juzgadas aquellas desgraciadas mujeres, acusadas de acudir (volando casi siempre) a reuniones extrañas y misteriosas que se celebraban en distintos lugares apartados de nuestra geografía y en las que se adoraban a Satán personificado en el macho cabrío.
Hasta tiempos muy reciente y durante siglos, la creencia en sorguiñas ha estado muy generalizada. Dentro de la tradición vasca se les considera, al parecer, descendientes de las lamias mitológicas de los primeros tiempos. Era plena la convicción de que podían dañar, mediante conjuros y sortilegios, los campos, los animales y hasta las personas a las que querían perjudicar.
Hasta hace no muchos años no era infrecuente llevar amuletos de origen prehistórico, como dientes de caballo o erizo ensartados en forma de collar, para protegerse del mal de ojo. Estos amuletos, empleados con más frecuencia en los niños, se han encontrado en varios yacimientos prehistóricos.
Otro amuleto con virtudes protectoras sobrenaturales, era unos trocitos de carbón del siempre presente “llar”, que, metidos en una bolsa de cuero, se llevaban colgados del cuello.
Cualquier clase de males, incluso las tormentas, eran achacadas a las brujas, ya que se les consideraban con poder suficiente para desatar la fuerza de los elementos.
Probablemente la única faceta positiva del personaje la tenemos en el papel de curanderas, preparando emplastos y elixires. Con la mandrágora preparaban una droga muy útil para facilitar la fecundación en las mujeres estériles. Una preciosa novela para introducirnos en el tema es “La Herbolera” de Toti Martinez de Lezea.
Aclaremos que la palabra del euskera “akelarre” (aker= macho cabrío, larre= prado), literalmente “prado del macho cabrio”, hoy formando parte del léxico castellano (gracia otorgada por la Real Academia de la Lengua Española), proviene del nombre toponímico de un prado a la entrada de la famosa cueva “Akelarren-leze” de Zugaramurdi (Nafarroa), donde se celebraban las citadas bacanales orgiásticas e irreverentes y que, por extensión, adquirieron la denominación del prado donde se celebraban.
Existe otra teoría con menos fuerza, que afirma que el término proviene de “akela”, un tipo de hierba muy abundante en la Navarra Atlántica y “larre” –prado—con lo que akelarre vendría a significar “prado de akela”.
Estos akelarres se celebraban, preferentemente, los lunes, miércoles y viernes, según el Auto de fe de Logroño (1610) que juzgaron a las supuestas brujas de Zugaramurdi. En Kortezubi se cree que sólo se celebraban los viernes, entre la medianoche y el canto del gallo.
En la entrada de la cueva de Zugaramurdi, a pequeña altura sobre el piso del mismo, se abre en el muro un boquete a modo de ventana, que, según dicen los vecinos de aquella localidad, era la cátedra donde el diablo, en figura de macho cabrío ó Akerbeltz, recibía a los brujos y brujas. En el piso llano del portal y del vestíbulo, formado por un relleno de tierras y piedras que contiene restos de hogares prehistóricos y cascos de vasijas de barro de remotas edades, se reunían los devotos de Aker, para tributarle su culto: adoración, ofrendas, rendición de cuentas, aceptación de mandatos, etc.
Durante la celebración, parodiando la misa, se adoraba a Akerbelz ofreciéndole pan, huevos, dinero y según la leyenda se le besaba en las posaderas ó cuartos traseros en señal de respeto y sumisión. Se comía y bebía (sospecho que en exceso) y se bailaba alrededor de la hoguera, bailando éste con las sorguiñas. Finalizaba el jolgorio en una especie de orgía que incluía sexo y alucinógenos y en la que participaban todos los asistentes.
Al finalizar el akelarre, los participantes tornaban a sus respectivas moradas con el ánimo exaltado y la firme intención de obedecer los mandatos del genio.
Más de quince lugares de este culto, donde se celebraban akelarres, se señalan en tierras de Vasconia. Y no penséis que todos ellos fuera de nuestro entorno, “Akerlanda” es un paraje de Gautegiz-Arteaga, en el que se dice, antaño, se reunían las brujas de los alrededores en akelarre, existe un lugar llamado “sorginzilo” en Morga, en “Eperlanda” de Muxika se celebraban reuniones de brujas, al igual que en “Etxabastxuko-landa” de Murueta. “Sorgingastañeta” –castañal de las brujas—es el nombre de una explanada situada cerca del caserio Zatika en Ispazter. En la zona de Gernika, el nombre común de los prados donde las brujas tienen sus asambleas es “eperlanda” (Eusko-Folklore, octubre de 1922).
La brujería vasca de los siglos XVI y XVII adoraba a Akerbeltz como el diablo, pero estos hechos son tan solo un capítulo pasajero. Dos de los más cruentos episodios protagonizados por la Inquisición han tenido lugar en Euskal Herria: los procesos de Logroño contra la llamada “secta de las brujas de Zugarramurdi” y el de Bayona en Iparalde. La información que nos proporciona estos autos de la Inquisición (Zugaramurdi, Durango, etc.) apuntan a que se trataba de un movimiento clandestino que buscaba mantener las viejas creencias relacionadas con la espiritualidad de la naturaleza, en oposición a la cristianización impuesta que buscaba acabar con esas prácticas ancestrales. Y también contra el estado social vigente en la época, léase ocupación castellana. Más o menos como ahora, pero sin akelarres.
El juez Pierre de Lancre, fanático y sanguinario, el más furibundo cazador de brujas de Iparralde, en su « Tableau de I´Inconstance des Mauvais Anges et Démons »:
“Delante de sus devotos celebra una ceremonia parodiando la misa cristiana. En el ofertorio los asistentes vienen a adorarle y ofrecerle pan, huevos y dinero. Les predica luego y continúa la misa. Les administra unas formas a modo de comunión; les hace sentarse a la mesa, donde se sirve carne humana; alumbra la sala con dos cuernos repletos de pez; baila luego con las brujas y bailan todos los asistentes al son del tamboril; después los brujos de ambos sexos, enardecidos, van aponer en práctica los maleficios, alumbrando el camino con brazos (huesos) de niños muertos sin bautismo.”
Ni los juicios de De Lancre en St. Jean de Luz ni el Tribunal de Logroño dejan entrever ni un ápice de cinismo. Todas las pruebas indican que se dio crédito incluso a algunas de las patrañas más fantásticas relatadas por los testigos y en las confesiones. …/…
A pesar de la inverosimilitud de muchas de las acusaciones, sorprende hasta qué punto se les dio crédito. …/…
Pío Baroja, intentó explicar porque había tantas (brujas entre los vascos). Apuntó que acaso se produjera una combinación de creencias vascas precristianas y un movimiento de rebelión contra la Iglesia.
De Lancre, se hizo la misma pregunta que Don Pío, pero llegó a otra conclusión:
Es un país de manzanas: las mujeres no comen más que manzanas, no beben más que zumo de manzana (sidra), y por ello ofrecen con tanta frecuencia un mordisco de la manzana prohibida”